MUHAMMAD(S.A.W.S)


MUHAMMAD (PAZ Y BENDICIONES)
"EL MENSAJERO DE DIOS"

DESCRIPCIÓN DEL PROFETA (Sallallâhu ‘alaihi wa sallam)

Muhammad (sallallahu ‘alaihi wa sallam) era un hombre tímido y reservado, que vivió entre su pueblo con tan alta autoridad moral que solían llamarle Al-Amin, el Confiable.
La apariencia física única del Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam), su carácter y la voluntad de sacrificarse por los demás, a menudo están presentes en cualquier descripción que se hace de él (sallallâhu ‘alaihi wa sallam). De acuerdo con las narraciones de sus compañeros, puede ser descrito con las siguientes palabras:
Muhammad (sallallâhu 'alaihi wa sallam) fue imponente y majestuoso. Su rostro era luminoso como la luna llena.
Era más alto que la media, pero no excesivo en altura. Tenía el pelo ondulado, que separaba y nunca dejó crecer más allá de sus hombros. Él era de piel clara, con una frente amplia. Tenía las cejas gruesas y un pequeño espacio entre ellas. Su barba estaba llena, sus ojos color negro. Su físico era flexible y ágil, con un pecho amplio y hombros anchos. Caminaba decididamente y su ritmo era como si estuviera caminando colina abajo.
Fue decido y entusiasta en todo lo que hizo, por lo que cuando tenía la intención de hacer cualquier tarea, nunca se volvía atrás, aunque su manto quedara atrapado en un arbusto espinoso.
Cuando hablaba, siempre era breve y reflexivo. Él hablaba cuando veía que era de beneficio y pasaba largas temporadas en silenciosa contemplación. Su discurso era íntegro y prolijo y nunca usaba palabras toscas. Tenía un temperamento suave y no era duro, ni cruel, ni grosero, ni vulgar. Expresó su gratitud por todo lo que le era dado, no importando si era algo insignificante. Cuando hablaba, sus compañeros bajaban la cabeza, como si los pájaros se posaban sobre ellos y cuando estaba en silencio, ellos se sentían libres para hablar. Nunca criticó los alimentos o los elogió en exceso. Nunca dijo groserías ni malas palabras, ni tampoco buscaba defectos en la gente. No adulaba a las personas, pero elogiaba a la gente cuando era oportuno.
Cuando se daba vuelta para hablar con alguien, lo hacía girando todo su cuerpo y se dirigía a dando toda la cara. Cuando estrechaba la mano a alguien, era el último en retirarla.
La gente entraba en sus reuniones como buscadores y las dejaban ilustrados. Preguntaba acerca de sus compañeros cuando estaban ausentes, con frecuencia consultando acerca de sus necesidades. Él nunca se puso de pie ni se sentó sin mencionar el Nombre de Allâh. Nunca reservó un lugar especial para él en una reunión y se sentaba donde había espacio suficiente. Daba a cada uno de los que estaban sentados con él la atención más completa de forma que esa persona se sintiera que era la persona más importante en esa reunión. Nadie levantó la voz en su presencia. Respetó a los ancianos por su edad y mostró compasión a los jóvenes por su juventud.
Sus esposas y sus compañeros (radiallâhu ‘anhum) hablaban de su humor y alegría. Él (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) dijo una vez: "Yo bromeo, pero siempre digo la verdad"
Su esposa ‘Âishah (radiallâhu ‘anha) dijo: "Siempre estaba haciéndonos reír en la casa".
Una vez una anciana le preguntó si ella entraría en el Paraíso y él (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) respondió: "Los viejos no van al Paraíso" La mujer quedó cabizbaja con la respuesta que había recibido, a lo que el Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) añadió con una sonrisa: "Usted entrará en el Jardín en la flor de su juventud".
Una vez un rudo beduino del desierto entró en la mezquita y en su oración decía en voz alta: "¡Oh Allâh, perdóname a mí y a Muhammad y no perdones a nadie más" Al oír esto el Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) sonrió y le dijo: "Tú estás limitando la Inmensa Misericordia de Allâh".
El Profeta Muhammad (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) murió el mismo día en que nació, en la misma casa que había vivido durante diez años en Madinah, en una cama pequeña de cuero relleno de fibras de palma, en los brazos de su amada esposa ‘Âishah (radiallâhu ‘anha).
Sus últimas palabras fueron: "Tratad bien a vuestras mujeres, y no opriman a sus sirvientes. La oración, la oración, no sean negligentes en la oración. ¡Oh Allâh, mi Más Alto Compañero, mi Más Alto Compañero".
Muhammad (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) es un ejemplo de la fuerte y profunda relación que cada ser humano debe tener con su Creador, sus semejantes, y el mundo que le rodea.

BREVE BIOGRAFÍA DEL PROFETA (Salallahu 'alaihim wa sallam) 

Su nacimiento

El Profeta Muhammad nació 12 de Rabi’ul Auwal de “el Año del Elefante”, aproximadamente el 570 de la era común, en la ciudad de Makkah. El nombre de su padre era ‘Abdullâh, su madre se llamaba Âmînah, su abuelo paterno fue ‘Adbul-Muttalib, su abuelo materno se llamaba Wahb, su abuela paterna fue Fâtimah y su abuela materna Barra. Las parteras que ayudaron en el parto fueron Shifa y Fâtimah. Umm Aiman también ayudó. De acuerdo con las parteras, en el momento del nacimiento del Profeta Muhammad, la casa se inundó de luz.
El último Profeta fue el fruto de la oración del Profeta Ibrahim (‘alaihis-salam), las buenas nuevas de ‘Îsa (‘alaihis-salam), y del sueño de su madre Âmînah. Después de construir la Ka’bah, el Profeta Ibrahim (‘alaihis-salam) pidió a Allâh “¡Señor nuestro! Envíales un mensajero que sea uno de ellos, para que les recite Tus aleyas (signos), les enseñe el Libro, la Sabiduría y los purifique. Es cierto que Tú eres el Poderoso, el Sabio” (Sûrah Al Baqarah [1], âyah 129).
‘Îsa (‘alaihis-salam) comentó a sus seguidores acerca de “Ahmad”, el Profeta que vendría después de él. Âmînah, la madre del Profeta Muhammad, tuvo un sueño en el cual le fue dicho lo siguiente: “Te hallas encinta con la bendición de la humanidad y el líder de esta comunidad. Refúgiate en Allâh, el único, para protegerlo del mal y la envidia después de que venga a este mundo, y después nómbralo Ahmad o Muhammad”.
El nacimiento del Profeta Muhammad (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) fue un signo de la aceptación de esta oración, de la manifestación de estas buenas nuevas, y la realización de dicho sueño.
El padre del Profeta, antes incluso de que el Profeta hubiera llegado al mundo, había partido hacia otra ciudad por razones comerciales, donde enfermó y murió, y fue enterrado en Al-Madinah. Así, el Profeta Muhammad (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) nunca vio a su padre. Desde el momento de su nacimiento hasta que alcanzó los cuatro años de edad, permaneció con su nodriza Halimah. Después se quedó durante otros dos años con Âmînah, su madre. Cuando tenía seis años, su madre lo llevó Al-Madinah para que conociera a sus familiares y visitara la tumba de su padre. Ya que Salma, la madre del abuelo del Profeta, ‘Adbul-Muttalib, era de dicha ciudad y  tenían familiares allí. Âmînah visito la tumba de su esposo, ‘Abdullâh, y el Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) se familiarizó con sus parientes de la tribu Naÿÿar. Al regresar del viaje, Âmînah cayó enferma, muriendo poco después y fue sepultada en un lugar llamado Abwa. Umm Aiman trasladó al Profeta a Makkah y lo dejó al cuidado de su abuelo. Permaneció con su abuelo desde los seis hasta los ocho años de edad. Cuando el abuelo del Profeta murió, de acuerdo a su voluntad, Muhammad (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) se fue a vivir con su tío paterno, Abû Talib. Él era una persona respetada en Makkah, y conocido como el más apreciado de los hijos de ‘Abdul-Muttalib.

Su niñez
El Profeta Muhammad (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) sufrió todas estas trágicas pérdidas siendo niño. Pero esto no anuló ni minó su fortaleza. Llevaba a pastorear el rebaño de ovejas de su tío en Makkah. Realizaba cada tarea del hogar con gran entusiasmo y ayudaba con los gastos de la familia. Fâtimah, su tía, lo trató como si de su propio hijo se tratara y nunca se enojo con él.  En esos años, en cualquier hogar en el que el Profeta vivía, incluso en la casa de su nodriza, había abundancia. De hecho, a pesar de que Abû Talib no era una persona rica en aquellos tiempos, después de que el Profeta llegara para quedarse con ellos, se hizo evidente que él era una fuente de bendiciones para la familia.
Su Juventud
Cuando el Profeta Muhammad (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) alcanzó los 35 años, medió en la reconstrucción de la Ka’bah; hubo un desacuerdo cuando llego el momento de colocar de nuevo la Piedra Negra (Haÿar Al-Aswad) en la Ka’bah, en relación a qué tribu debería tener el honor de realizar dicha tarea. El Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) puso la piedra sobre un paño de tela en el suelo y cada tribu sostuvo una de las esquinas, previniendo así que surgiera
conflicto alguno entre los clanes.
Cuando el Profeta se aproximaba a la cuarentena, experimentó el deseo de distanciarse de la gente y partió hacia el interior del país, en búsqueda del aislamiento, la meditación y para contemplar la naturaleza. Había vivido una niñez y una juventud puras, en absoluto corrompidas. Ahora, mirando hacia atrás, estaba profundamente entristecido por la corrupción y la inmoralidad en las vidas de la gente de su entorno. Debido a ello, comenzó a quedarse durante ciertos períodos en una cueva llamada Hirâ en el Monte Nur, cerca de Makkah. Permanecía por un rato y regresaba luego a la ciudad.

INICIO DE LA PROFESÍA

Cuando cumplió cuarenta años, en el año 610, durante el mes de Ramadân, el Ángel Ÿibrîl (Gabriel) vino a él y el período de sus revelaciones comenzó. La primera revelación fue el versículo que comienza “¡Lee en el nombre de tu Señor que ha creado!”. Así es como el Todopoderoso concedió el cargo de la Profecía a Muhammad.

Los primeros musulmanes
Los primeros en aceptar la invitación del Islam por parte del Profeta fueron Jadiÿah, ‘Ali, Zaid Ibn Harithah y Abû Bakr (radiallâhu ‘anhum). A ellos los siguieron ‘Uthmân, ‘Abdurrahmân Ibn Auf, Sa‘ad Ibn Abi Waqqâs, Talhah y Zubair (radiallâhu ‘anhum). Aquellos primeros musulmanes, en particular el Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam), aguantaron gran suplicio a manos de los idólatras. De hecho, muchos musulmanes, como Yâsir y su esposa Sumaiyah (radiallâhu ‘anhum), fueron asesinados después de insoportables torturas. Bilal Al-Habashi, Abû Fukaihah, Habbâb Ibn Arat, y Umm Abis, Nahdiyah y Zinnirah (radiallâhu ‘anhum) también soportaron grandes tormentos. Esta no fue sino gente que maltratada por los idolatras, e incluso los esclavos y sirvientes de estos, debieron soportaron muchas dificultades a causa de su creencia.
La resistencia de estos primeros musulmanes afectó enormemente la difusión del Islam. Durante los primeros seis años de la Misión Profética, fuertes y valientes hombres como Hamza y ‘Umar (radiallâhu ‘anhum) abrazaron el Islam y hallaron su lugar entre los Compañeros del Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam). Del mismo modo que aumentó el número de aquellos que creyeron en el Islam también así lo hizo el número de obstáculos colocados por los idolatras para impedir la propagación de esta nueva fe. En el quinto y sexto año de la Profecía, algunos musulmanes fueron obligados por tal situación a conseguir el permiso del Profeta para emigrar a Abisinia.

El boicot
En el séptimo año los incrédulos aislaron a los musulmanes en una región y los boicotearon. Se les prohibió comercializar, viajar e interrelacionarse con otra gente. Esta situación duró tres años. En el décimo año de la Misión Profética, con las sucesivas muertes de Jadiÿah (radiallâhu ‘anha) y Abû Tâlib, el suplicio y padecimiento causados por los enemigos del Islam.
aumentaron aún más. Jadiÿah (radiallâhu ‘anha) y AbûTâlib eran gente respetada en la comunidad y este respeto había proveído al Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam), hasta cierto punto, un grado de protección. En ese preciso momento, el Profeta Muhammad marchó a la ciudad de Taif para tratar de conseguir el apoyo externo. Pero la gente de Taif no sólo no aceptó al Islam ni concedió apoyo al Profeta, sino que lo apedrearon y tan sólo fue capaz de salvarse refugiándose en un huerto de las afueras de Taif, bañado en su propia sangre. En sus súplicas después de haber sufrido este terrible trato, el Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) dijo que si él hubiera llevado a cabo realmente su misión entonces tal tortura no significaría nada para él. Sin duda alguna actúo correctamente en el desempeño de sus responsabilidades. Por la misma época, aquellos que gobernaban Makkah tomaron la decisión de que él no debía ser admitido de vuelta en la ciudad. Por esta razón, regresó a Mut’im ibn Adiyy con el fin de conseguir protección para entrar a Makkah. Era una tradición comúnmente observada en aquellos tiempos entre la gente prominente de la tribu de los coraichíes que alguien podía asegurar su protección consiguiendo lograr su ayuda.
Mientras estos suplicios sucesivos se arremolinaban sobre su cabeza, el Profeta Muhammad fue tomado por Allâh en el viaje celestial, Mi’raÿ, llevándolo en presencia de Allâh Todopoderoso y siendo bendecido al recibir los divinos mandamientos sin un mediador.

El viaje nocturno y la asención
Fue en esta noche que el Profeta transfirió muchas de los cánones que se hallan en la Sûrah Al-Isrâ; doce de estas órdenes se encuentran entre los versículos 22 y 39 fueron revelados en esta noche. Es posible enumerarlos de la siguiente forma:
1. No sirvas a nadie sino a Allâh.
2. Respeta a tus padres.
3. Protege los derechos de tus familiares, del pobre y de los viajeros.
4. No seas tacaño ni derrochador.
5. No asesines a tus hijos debido al miedo de ser pobre.
6. No  te aproximes ni consideres siquiera el adulterio ni la fornicación.
7. No asesines
8. No abusar de la propiedad de los huérfanos (no la emplees de forma incorrecta).
9. Cumple tus promesas.
10. Vigila el uso correcto de las medidas y pesos.
11. No aspires a cosas de las cuales no tienes conocimiento.
12. Evita el orgullo y la vanidad.
Otorgar tal milagro maravilloso a través del Profeta Muhammad fue una señal de que, tarde o temprano, el Islam prosperaría. A pesar de las dificultades, los esfuerzos del Profeta Muhammad por difundir el Islam continuaron.

Emigración a Madinah

Finalmente, un grupo de seis personas que venían desde Al-Madinah (Yathrib) en peregrinación atestiguaron la verdad del mensaje que trajo y prometieron seguir el Islam. Al año siguiente, cinco individuos de este grupo marcharon junto con otras siete personas de Medina y dieron su palabra al Profeta en ‘Aqabah. La segunda reunión tuvo lugar al siguiente año con setenta y cinco personas, quienes prometieron proteger al Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) así como protegían a sus mujeres y niños. En el tiempo que siguió a estos acontecimientos, con el favor de Allâh y el consentimiento del Profeta, los musulmanes que sufrían en Makkah emigraron a Medina. Esto es conocido como Hiÿrah (Hégira) en la literatura islámica. Los últimos en emigrar fueron el Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) y Abû Bakr (radiallâhu ‘anhu). Fue una difícil emigración, con los idolatras de Makkah persiguiéndolos desde las cuevas de Thaur hasta el sur de Makkah, y la persecución continuó hasta cuando casi llegaban Al-Madinah. El Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) y Abû Bakr (radiallâhu ‘anhu) viajaron bajo gran peligro, pero al final consiguieron llegar Al-Madinah. Su gente, en contraste con la de Makkah, dio cobijo al Profeta en su seno. Se unieron  a su alrededor. Ellos apoyaron a los que habían dejado sus hogares en Makkah por la gloria de Allâh. Es por esta razón que Allâh Todopoderoso llama, en el Qurân, a la gente de Al-Madinah como los Ansâr (auxiliadores o   ayudantes). De hecho, las hermandades fueron establecidas entre los inmigrantes y los Ansâr inmediatamente después de la emigración del Profeta. De este modo, la acción de ayudar a la gente conquistó una dimensión espiritual. Este apoyo ayudó a abordar los problemas psicológicos. Los inmigrantes encontraron la oportunidad de compartir su experiencia en el Islam con la gente de Al-Madinah. Abrieron tiendas y mercados, y se apoyaron mutuamente en muy poco tiempo. De esta manera, los musulmanes beneficiaron y fueron de provecho para la vida económica de la ciudad.

La conquista de Makkah 

Todos estos acontecimientos atemorizaron a los idolatras en Makkah. Ellos quisieron destruir a los musulmanes antes de que se hicieran más fuertes. El resultado se tradujo en batallas entre los musulmanes y los idolatras, como las de Badr, Uhud, la Batalla de Al-Jândaq (la Trinchera). En el año 630, Makkah fue conquistada. El Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) regresó triunfante a la ciudad de la cual había sido expulsado. El propósito que se hallaba tras de su regreso no era sino limpiar de ídolos la Ka’bah y devolverla a su estado inicial, tal y como debía ser. El Profeta no actúo en venganza ni tan siquiera con resentimiento. Más bien, perdonaba. Demostró su grandeza mediante el perdón cuando fue fuerte. Planeaba la unidad, una celebración y, no disponía de tiempo para desperdiciarlo en asuntos triviales. De hecho, el Muadh-dhin del Profeta, Bilâl Al-Habashi, mediante la llamada a la oración del mediodía desde el techo de la Ka’bah, anunció la superioridad de la unidad y del Allâh único a los cielos de Makkah.
La orgullosa y altiva tribu de Hawazin, quienes no pudieron soportar estos nuevos hechos, establecieron planes para evitar la expansión de los Musulmanes; estos planes fracasaron. Fueron derrotados en su lucha frente a los musulmanes. Como resultado, el Islam alcanzó renombre por toda la región, empezando desde la región del Hiÿâz, y extendiéndose por toda la Península Arábiga. Un año después el Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam) regresa Al-Madinah donde organizó a los representantes de cientos de tribus.

La peregrinación de la despedida


En el año 630, durante el tiempo del Haÿÿ, el Profeta habló ante cerca de 120.000 musulmanes. Conocido como el Sermón de Despedida, este discurso fue un resumen del pensamiento islámico y presentó los más perfectos principios de los derechos humanos.
El amado Profeta (sallallâhu ‘alaihi wa sallam), quien pudo comunicar el mensaje que le fue confiado gracias a su paciencia, determinación y valentía, cerró sus ojos en este mundo el día 12 de Rabi’ul Auwal del año 11 de la Emigración (632 de la era común).
El período en el cual el Profeta vivió es conocido como la Edad de la Alegría y la Era Bendita. Durante esta Bendita Era, una generación conocida como los Compañeros fue establecida, formada en su mayor parte por los Inmigrantes (muhaÿirûn) y los Colaboradores (ansâr). Esta generación fue constituida por gente que era firme en su fe, en su conocimiento, eran bien intencionados, dominantes, trabajadores, pacientes, habilidosos, y fueron modelos para guiar a las futuras generaciones.
¡Que Allâh Todopoderoso, Sus ángeles y toda la creación le bendiga y le salude con los saludos de la paz! 

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